martes, 16 de septiembre de 2008

Chistes de animales, pero chistes buenos

Chistes de animales, pero chistes buenos

La carestía de sangre tenía a la colonia de vampiros en una dieta forzada desde ya hacía mucho tiempo. En una mediad desesperada, el Vampilíder anuncia:
- ¡Hermanos Vampiros! En caso de que no lo hayan notado, nos estamos muriendo de hambre. (Murmullos) He decidido que debemos emprender expediciones para recorrer el mundo y buscar comida (o sea sangre) para la colonia. Cada vampiro partirá hacia algún lugar, en busca del rojo y sagrado líquido que nos da la vida. Nos reuniremos mañana, a las doce medianoche, aquí. He dicho. Suerte y que la sangre os acompañe.
Y en efecto: todos los vampiros se aprestan para el largo viaje. Ancianos, adultos, jóvenes, machos y hembras. El éxodo promete ser gigantesco. Parten todos, y a la medianoche siguiente, se encuentran todos reunidos. Pero... ninguno ha encontrado sangre. En medio de la histeria colectiva que causan las malas noticias, aparece un pequeño vampirito, que regresa con todo el hocico lleno de sangre. Todos los demás se agolpan junto a él.
- ¿Dónde? ¿Dónde has encontrado sangre?
- Síganme -dice el pequeño héroe.
Y salen volando todos tras él. Tras avanzar un largo trecho, el vampirito se detiene y se dirige a la colonia:
- ¿Ven esa ladera...?
- Sííí -responden los demás.
- ¿Ven el bosque que hay detrás de la ladera?
- Síííííí -corean emocionados los demás.
- ¿Ven la montaña detrás del bosque?
- Síííííííííííí -gritan los vampiros levantando sus alas.
- ¿Ven la piedra en la cima de la montaña?
- ¡SÍÍÍÍÍÍÍÍ!
- Pues yo no la vi.


En el jardín del Edén, todos los animales estaban inconformes con alguna parte de su cuerpo. Se quejaban tanto que un día el Señor decidió concederles un deseo. Así, un día los animales se formaron para pedir su deseo. Toca el primer turno a la jirafa:
- Tú jirafa, ¿que deseas?
- A mí, Señor, me molesta este cuellote. Me dificulta comer.
- Entonces tendrás un cuello más corto.
El elefante se acercó después.
- A mí, Señor, redúceme esta trompota que me estorba al comer.
Y Dios le concedió el deseo. Entonces, tímidamente se le acercó el burro. Dios sorprendido de verlo en línea le pregunta:
- ¿Y tú, burro, de qué te quejas?
A lo que el burro contestó:
- Yo no me quejo Señor... la que se queja es la burra.

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